Pero la Navidad también huele a muchas otras cosas, huele a soledad, a tristeza y a abandono. Huele a recuerdos y añoranza. Para muchos la Navidad huele a regalos atrapados detrás de los escaparates y a recuerdos colocados bajo el árbol. La Navidad está llena de sensaciones que nos atrapa en una espiral sin fin, la navidad es dinero, consumismo y derroche. La Navidad también huele a pobreza y miseria. La Navidad es dolor y culpabilidad.
Ya nadie espera que llegue la Navidad para encontrarse con la familia, i para compartir canciones y risas. La Navidad ha dejado de ser las fiestas del reencuentro y han pasado a ser las fiestas del derroche, fiestas para llenar la casa de adornos inútiles y para pasar unos días de descanso sin trabajar.
Las calles están iluminadas, y los comercios sólo esperan cumplir con el volumen de ventas previstas. La gente pasea por las calles abarrotadas, dejándose encandilar por la música y las luces. En las grandes superficies, llenan los carros con productos tres veces más caros que hace apenas unas semanas. Piensan en preparar platos apetitosos para deslumbrar a invitados que no ven desde hace todo un año.
Los más románticos aun piensan que las fiestas Navideñas son aquellas fechas perfectas, donde todo el mundo se quiere y en las que se comparte lo poco que se posee. Los más pequeños ven la navidad como las vacaciones de invierno, y saben que tendrán todos aquellos regalos que llevan todo el año esperando. Otros niños verán a los abuelos, lo cual significa más regalos, y los Reyes Magos traerán poco carbón y muchas cajas llenas de muñecas, cónsolas y coches teledirigidos.
Los más mayores recuerdan a los seres queridos y las navidades, ya instaladas en el pasado, que aunque más austeras, conservaban el sabor de lo auténtico.
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