LA FRASE

Me gustaría tener el tiempo necesario para disfrutar de tu compañía. Tú deberías tener la suficiente curiosidad para permanecer a mi lado y leerme de verdad.

viernes, 29 de julio de 2011

ALEGRÍA


La mayoría de veces cuando escribo sobre una palabra, lo primero que suelo hacer es buscar su significado en el diccionario. Después pienso sobre lo que he leído y finalmente escribo sobre lo que esa palabra me inspira.

Pero en esta ocasión prefiero hacerlo diferente, primero he pensado en la alegría no como una palabra, sino como un sentimiento. Después de razonar durante unos minutos he entendido que la alegría es para mí una multitud de sentimientos y de sensaciones, de reflexiones y experiencias y sobre todo una finalidad. Esta semana he sentido en muchos momentos alegría, me he sentido alegre cuando he visto que mi hija se recuperaba poco a poco, he sentido alegría cuando he hablado con un amigo, y he sentido alegría por compartir mi vida con personas estupendas.

La alegría es el conjunto de pequeñas cosas que vamos acumulando en las capas superficiales de la piel, y si no somos lo suficientemente sensibles a esta sensación, termina evaporándose como el agua. El otro día una compañera me explicaba la alegría que sentía y sus sentimientos cuando observaba a sus hijos jugando, pero al cabo de poco rato había olvidado aquella sensación y la había sustituido por algún otro pesar o problema que seguro que era importante, pero que podría haber sido neutralizado sólo con haber vuelto a recordar a sus hijos.

Vivimos una gran parte de nuestra vida obviando las cosas que nos producen alegría y eso acaba por destruir otros sentimientos que esporádicos, se cruzan en nuestro camino. No soy un ser perfecto, no soy un ser inteligente, no soy un ser hermoso, pero sí que me considero un ser feliz.

No podemos sentir alegría cuando dudamos de nosotros mismos, cuando nos consideramos inferiores a los demás o cuando dudamos de nuestra fortaleza de espíritu. Cada situación adversa que he vivido en mi vida, ha tenido un sentido, y me ha enseñado a superar contratiempos futuros. La vida es una escuela en la que no te dan una licenciatura, es por eso que no te hace ser mejor persona una carrera, un master o un postgrado.

Hace unos meses cuando me ingresaron, compartí la habitación de hospital con una señora muy mayor, era una señora que había vivido dificultades, que había sacado adelante a sus hijos y que había trabajado siempre por los demás. Aunque estaba ingresada y sufría de una enfermad grave, la mujer sonreía a cada momento, y se sentía feliz de las flores que les traía sus hijas y de los besos que le regalaban. Creo que esa mujer era un ser muy sabio, estaba llegando al final de su vida pero aún así disfrutaba de cada pequeño momento que compartía con los suyos. Era una mujer generosa, me ofrecía su aliento y todo lo que ella tenía, incluso hacía que sus hijos se ofrecieran a ayudarme en lo que yo necesitara.

Lo malo de estas pequeñas cosas es que no las valoras al momento, simplemente un día estás pensado en la alegría, estás decidiendo si eres alegre y si puedes serlo un poquito más cada día, porque tu propia alegría es un regalo para los que quieres. Y es entonces es cuando te acuerdas de pequeños detalles del pasado y les das la importancia que tienen.

Tengo todos los motivos del mundo para sentirme alegre, tengo todas las razones para alegrarme de la vida que tengo y quiero que los demás sientan mi alegría de la misma manera que la siento yo. Para mí, este es el verdadero misterio de la vida.

Hace unos días confesé a una persona, “ahora ya no tengo dudas sobre mí, ahora se exactamente lo quiero y lo que necesito y ahora conozco mis límites. Cualquier momento de indecisión o de duda que hubiera tenido en el pasado, ahora ya no están, porque he comprendido que sólo con la seguridad en uno mismo se consigue triunfar en la vida” y creo que esta fortaleza me puede servir para ser generosa con aquellos que no tienen tanta suerte como yo, con las personas que sufren por problemas familiares y que una simple sonrisa puede darles paz por un instante. Me gustaría que entendieran que la ira no es buena y que la alegría es la que nos hace felices.



La alegría es una de las emociones básicas del ser humano, junto con el miedo, la ira, el asco, la tristeza y la sorpresa. Es un estado interior fresco y luminoso, generador de bienestar general, altos niveles de energía y una poderosa disposición a la acción constructiva, que puede ser percibida en toda persona, siendo así que quien la experimenta, la revela en su apariencia, lenguaje, decisiones y actos. La tristeza es la emoción contraria.

miércoles, 20 de julio de 2011

ASIA BIBI


Asia Bibi es una mujer que vive en Pakistán. Es una mujer casada y con hijos, una de sus hijas tiene una disminución psíquica. Asia Bibi es Cristiana, ahora vive en prisión, ha sido juzgada y condenada a muerte por blasfemia en contra de Mahoma.

Mientras Asia Bibi está en prision, su marido y sus hijos viven en la clandestinidad. Cada dos o tres días cambian de domicilio y gracias a una organización Cristiana reciben ayuda y protección. Su familia también corre peligro, y Asia Bibi desde su prisión, vive en absoluto aislamiento sin poder tener contacto ni con su abogado, tan solo su marido la puede visitar dos veces al mes.

La historia de Asia es corta, tan solo ocupa unas pocas líneas de un artículo, o unos pocos minutos en un documental. En tan solo en unos instantes, se puede explicar la vida de una persona que se ve privada de libertad a causa de leyes absurdas y promovida por los extremismos religiosos.

No es difícil pensar en lo peligroso que son los extremismos de cualquier religión, la católica quemaba a mujeres acusadas de cosas tan absurdas como la brujería. Durante siglos los extremistas de cualquier religión ha perseguido y aniquilado, y es algo que parece no tener fin.

Escuchar historias como las de Asia, me hace reflexionar sobre la humanidad en general y el hombre en particular. Rechazar lo diferente, no tolerar lo desconocido e incluso condenar la libertad de los demás es algo sencillo cuando se hace desde el extremismo, la superioridad y el poder.

Explicar injusticias es fácil, escucharlas y opinar sobre ellas es más sencillo todavía. Pero aquí empieza y termina nuestra implicación. Si Asia Bibi fuera algo más que no una simple campesina, si pudiera explicar lo que siente al estar encerrada, separada de su familia y asustada por no saber si morirá. Si sus palabras llegaran a los oídos adecuados, a aquellos que pueden interferir en los pueblos, a los hombres poderosos que mueven montañas sólo por intereses económicos, estoy segura que Asia podría conseguir reunirse con su familia y poder escapar a algún otro lugar donde no se sientan amenazados de muerte.

Pero en una sociedad de grandes comisiones, de economía millonarias y de intereses materiales, la voz de Asia jamás se dejará oír, siempre estará silenciada y los que luchan por ella, tienen tan pocos recursos que difícilmente conseguirán que alguien se interese por su caso.

Haber nacido en Europa es una simple casualidad, tener la suerte de estar donde estoy es tan solo una coincidencia del destino. Las hijas de Asia podrían ser la mía y yo misma tener que enfrentarme a una condena de pena de muerte. Así que tal vez, aunque no podamos hacer nada por la vida de Asia, si podemos influir en que cosas como estas no ocurran.

Cuando rechazamos a alguien por ser de otra raza, por tener otras costumbres o por su religión, estamos contribuyendo a alimentar los extremismos que se alimentan del odio y del miedo.

Pensar en la triste vida de Asia puede ayudar, ella fue detenida, juzgada y condenada, y todo esto porque alguien dijo que había blasfemado. En aquel momento, ese alguien pasó a tener credibilidad, ella fue detenida y separada de su familia. A partir de aquel día dejó de pertenecer a los vivos, y pasó a habitar en el infierno de su destino.

jueves, 14 de julio de 2011

VACACIONES


Sin que sirva de precedente y sin olvidar las cosas importantes de la vida, creo que ha llegado la hora de disfrutar de una buenas vacaciones. Para los que tenemos la gran suerte de trabajar, una vez al año podemos aparcar las responsabilidades y dedicar tiempo a hacer sólo aquello que nos apetece. Para algunos las vacaciones consisten en viajar, visitar países, quemar gasolina o pasar horas en los aeropuertos. Para otros el plan ideal es despertarse tarde, ir de fiesta todas las noches y pasar el resto de horas tirado en la playa. Está claro que de vacaciones hay de muchos tipos, y de manera de entenderlas también.

Pero antes de que llegue el esperado día de inicio de las vacaciones has de superar el último mes de trabajo. Yo lo llamo la prueba final, son días en los que has de superar un montón de contratiempos y que consiste en superarlos con éxito. Durante el último mes amanece más temprano, la cama es mucho más cómoda que el resto del año, hay más trabajo que nunca y todo el mundo que te rodea, al tener que superar sus propias pruebas, están más insoportables. Si además tienes la mala suerte de que tus compañeros se cogen las vacaciones escalonadas, todo se complica, cada semana que pasa algunos se marchan antes que tú, van pasando los días y se sienten cada vez más cercanos a conseguir su propósito, así que llega el momento en que para ellos es el último día y ¿que ocurre?, pues que se pasan el día dando besitos y despidiéndose. Tu estás allí con una sonrisa falsa en los labios, ya que por dentro te estás muriendo de rabia y envidia, y sólo piensas en que un día serás tu la que te estés despidiendo. También ocurre que van volviendo aquellos que hace semanas que se marcharon y vuelven morenos, con buen aspecto, sonrientes y con las pilas cargadas. Estos casi te dan más rabia, porque tu estás que te arrastras y ya casi no puedes más y en cambio, aunque tristes, los que vuelven de sus vacaciones lo hacen con fuerzas suficientes.

En el último mes tienes todo el tiempo una extraña sensación de que el mundo se termina. Parece que cuando acabe el mes se acabará el petróleo, se estrellará una estrella contra nuestro planeta, o nos invadirán los extraterrestres. El caso es que todo el mundo tiene prisa y necesita las cosas para ayer.

No solo tienes que afrontar verdaderas dificultades en el trabajo, hace calor, todo el mundo está crispado y con ayuda de las rebajas la presión social es demasiado para cualquiera. Te cogen unas ganas terribles de salir, comer helados y aprovechar las playas y el camping durante el fin de semana, te mueves más y más rápido y el cansancio cada día se hace más incipiente. El último mes antes de las vacaciones es un verdadero suplicio, vas tachado, en el calendario de sobre mesa, los días que dejas atrás y vas mirando al futuro.

Para conseguir mantener el buen humor y el optimismo, miras cada día un mapa del lugar donde pasarás las vacaciones, buscas en internet sitios interesantes para visitar, y te miras las fotos de puestas de sol y te imaginas que en pocos días estarás igual que la fantástica rubia de la imagen que camina desnuda bajo las sombras del crepúsculo. Entonces vuelves a la realidad y te ves delante de un ordenador encendido con aviso de alguna tarea pendiente, suena el teléfono y hay un señor que ha aparecido de golpe ante ti y te mira a la espera de que le atiendas. Entonces haces lo que puedes, olvidas a la rubia desnuda, descuelgas el teléfono e intentas concentrarte en lo que te preguntan y además le ofreces una hermosa sonrisa al señor que te sigue mirando con las cejas en forma de flechas y que no entiende nada de lo que está ocurriendo.

Durante el último mes tienes muchos y peores momentos, intentas por todos los medios no transmitir tu desesperación, los compañeros no tienen la culpa de que tú tengas ganas de hacer fiesta, y por tanto intentas no hacer el ridículo y ponerte a llorar en medio de un momentazo en el que está tu jefa mirándote y explicando alguna cosa rara robre procedimiento administrativo, que aunque es muy útil, a un mes vista de las vacaciones tienes bastante claro que lo olvidarás.

Pero a pesar de todo este suplicio, sabes que los días pasan y que llegará el momento que te levantes más feliz que nunca, te pondrás un maquillaje suave para no manchar las caras de todos aquellos a los que vas a besar aquel día, sabes que llegará el día en que te dedicarás a ver las horas pasar hasta que lleguen las 3 y que cogerás tu bolso, correrás al reloj de fichar y te despedirás de todos más feliz que nunca.

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miércoles, 6 de julio de 2011

JEFES


A pesar de llevar trabajando muchos años, tengo que reconocer que nunca he trabajado, ni trabajaré de jefe. La verdad es que no me siento demasiado triste por esto, pero sí que me da un poco de rabia, en el sentido que nunca experimentaré en mi piel la sensación de ejercer el poder sobre los demás. En todos los años de experiencia laboral he conocido a mucho jefes, algunos mandaban mucho, otros se creían que mandaban y también habían aquellos que se morían de ganas por mandar. Ser jefe es un trabajo muy duro, desde el momento que te levantas por la mañana hasta que termina la jornada, has de cargar con la responsabilidad de llevar sobre tus espaldas un montón de responsabilidades tanto a nivel del personal que está a tu cargo como a nivel de responsabilidad de capacidad y productividad. Creo que ha de ser tremendamente difícil estar seguro de haber tomado la decisión correcta, y en el caso de equivocarte, el mejor jefe es aquel que cede la responsabilidad al subordinado que más se lo merece.

El aspecto de un jefe es muy importante para ganarse el respeto de los demás, por ejemplo, me refiero a que un jefe hombre no estaría bien que viniera a trabajar con bermudas y chanclas de playa enseñando los dedos peludos de los pies. Para la mujer es un poco más fácil, ellas puede venir a trabajar con bermudas y sandalias en las que se vean sus horribles dedos de uñas pintadas de colores chillones. Un buen jefe tendría que saludar cada mañana a cada uno de sus trabajadores, estaría bien un simple _¡Buenos días!, siempre y cuando el personal esté cercano, y si no es el caso, aprovechar las gestiones diarias para dirigirse personalmente a todos de una manera u otra y mostrar interés por el trabajo individual y colectivo. Siempre he pensado el buen jefe es aquel que conoce el trabajo que hacen todos y cada uno de su personal, ya que es la única manera de evitar que le tomen el pelo. De la misma manera, es importante que el personal conozca las responsabilidades de su propio jefe, ya que de lo contrario, si no sabemos a que dedica las horas de oficina, poco a poco vamos olvidando que lo tenemos hasta que llega el momento de deja de tener importancia dentro de la organización y por lo tanto, se vuelve totalmente prescindible.

Los jefes firman, controlan las bajas y las vacaciones de su personal, resuelven problemas de organización, interfieren en las relaciones personales entre sus empleados, se reúnen durante horas para tomar las decisiones importantes que hacen funcionar la maquinaría de toda organización y sobre todo hacen presentaciones espectaculares en las que hablan de proyectos, transversalidad y reorganización de procesos.

Un jefe no tiene horario, desayuna las veces que necesita para poder soportar el estrés de las reuniones, sale a comer y se reúne a la hora del café, la siesta ha desparecido de su día a día y al final del día se marcha con la cabeza llena de ideas de tanto pensar, pero con la papelera del despacho bacía.

Así de entrada recuerdo algunas cosas peculiares de algunos jefes que he tenido, recuerdo uno que me obligaba a leerme el periódico cada mañana, otro me prohibió atender a personas que se esperaban en una cola, ya que según decía, mi cola era otra, aunque la mía siempre estaba bacía. Recuerdo un jefe en concreto que lo que más valoraba de mi trabajo era que le tuviera la mesa limpia, limpia no de papeles sino de polvo, aunque yo pasaba sus informes y le escribía las cartas, también hay algunos jefes que necesitan a alguien las 24 horas del día a su lado, necesitan tener a alguien en todo momento a quien poder delegar y dar órdenes para poder tranquilizar su mente, están otros que a parte de mandar, se gravan en la frente la palabra “jefe cabrón” y la van luciendo con alegría durante toda la jornada de trabajo. Así podríamos estar horas y horas, y a pesar que, de jefes buenos lo hay, como también hay curas buenos, o médicos geniales e incluso peluqueras increíbles, la verdad es que ser jefe y tener responsabilidad es difícil y no todos estamos preparados para este trabajo. Yo y mi sentido común estamos de acuerdo en que es mejor trabajar que mandar, y que no siempre las dos cosas son compatibles.