Camina por las calles, siempre lleva dos perros y
arrastra un carro donde guarda sus recuerdos, sus posesiones más preciadas y
sus miedos. Ahora no hace frío y por eso puede llevar ropas sueltas que a duras
penas ocultan su cuerpo castigado, la piel quebradiza y las llagas de su
tristeza. Sus ojos ya no se posan en las personas, sino que se mueven
nerviosos de un lugar a otro. Mira a los árboles, a otras personas que se cruza
con ella, pero no les presta atención tan solo se mueve de un lugar a otro, sin
destino fijo y sin desear llegar a ninguna parta, tal vez porque no tiene donde
ir o tal vez sea porque no tiene ganas de saber donde la llevará aquel camino.
Hace años que empezó a andar de esa manera, sus zapatos están desgastados pero
tampoco le preocupa demasiado, ya no siente el frío, ni el dolor ni siquiera
sabe lo que es sentir, simplemente Se ha convertido en una especie de fantasma
de ciudad, invisible para unos y demasiado evidente para otros que evitan
cruzarse con un alma, les recuerde lo vulnerable que somos y lo peligroso que
es la propia vida. Sigue su camino sin detener sin ocultarse pero tampoco sin
mostrarse demasiado.
En una esquina, un cruce junto a su silla se
sienta con sus altas botas, lleva una falda demasiado corta que intenta
esconder el placer al alcance de aquellos que quieran pagarlo. Se viste cada día con la ropa que encuentra
tirada en el rincón de su habitación. Se peina y se pinta para resultar
hermosa, pero cada día le cuesta más esconderse tras el reflejo de una realidad.
Mientras espera se dedica a contar los coches rojos, negros, blancos. Ha
aprendido a calcular la suma de las matrículas de los que se paran. Mientras hace lo
que tiene que hacer se concentra en sumar
el 4 el 5 y el 7 y cuando ha terminado de sumar, decide que debe
multiplicar y cuando ha terminado divide hasta que la cifra queda reducida a
cero, y cuando por fin ha terminado
guarda el dinero en su pequeño bolso que guarda entre las zarzas. Un día caminó
por un camino que no eligió, pero no puedo volver atrás no encontró ningún
lugar para dar la vuelta, así que espera a poder llegar al final de aquel que la esclaviza y elegir el
correcto.
Conduce un enorme coche que ha dejado de gustarle,
lo hace tan rápido como puede y siempre piensa que si pudiera cerraría los ojos
y lo dejaría caer por un precipicio. Lleva el teléfono tirado en el asiento del
acompañante y ya ha recibido diez llamadas que no ha podido contestar. Se
levanta cada día y piensa que no quiera salir, que no puede volver a empezar
que cada vez que descuelga el teléfono hay alguien que sufre en algún lugar. Ya
no puede pronunciar su propio nombre y hace días que cuando duerme viaja a un
infierno donde se encuentra con alguien igual que él que le dice todas las
cosas que están saliendo mal en su vida. No puede seguir por el mismo camino,
pero no sabe como cambiar el rumbo, es un hombre adiestrado, que hace lo que le
dicen que debe hacer. Ahora va por una carreta llena de curvas, nadie va
conduciendo él hace rato que ha dejado de pensar en el acelerador, el embrague
o el cambio de marchas. El teléfono vuelve a sonar y el hombre abre los ojos
por fin, lo mira de reojo lo coge y contesta.
Lleva una cartera demasiado pesada, su espalda se
está torciendo y eso sumado a sus esqueléticas piernas y a su piel transparente
la hace sentirse como un monstruo. Pero lleva una carta cerrada en su mochila,
está llena de buenas notas que harán que sus padres se sientan felices, pero
ella se siente sola, no sabe para que ha nacido y lo que debe hacer en aquel
mundo tan cruel y que la hace sentir tan desgraciada. Camina arrastrando los
pies, sus zapatos están desgastados y sus calcetines subidos hasta la rodilla
ya no son blanco como el día que empezaron el colegio. Pero sabe que debe hacer
el esfuerzo de parecer feliz no puede dejar que su madre vuelva a sentirse
triste, así que durante todo el camino ensaya la sonrisa que lucirá el resto de
la tarde. Pero por la noche llorará y se sentirá desgraciada y dejará que el
mundo de los sueños la lleve hasta algún lugar lejos de allí donde pueda
sentirse triste si está triste, donde puede enfadarse si se sintiera enfadada o
donde pueda hacer lo que realmente le gusta hacer.
Cuatro
historias, cuatro almas, cuatro maneras de renunciar a la vida, cuatro maneras
diferentes de rendirse. Pero hay miles, cientos de miles de historias cada una
de ellas con sus penas y sus alegrías. No somos únicos en el universo, nuestras
acciones forman parte de un todo. Un día te cruzas con un mujer que arrastra un
carro y lleva dos perros a su lado, cambias de acera porque no quieres que pase
a tu lado. Vuelves de comprar y piensas qué pena de chica allí sentada junto a
la carretera y que aunque parece guapa sabes que está triste, y ves como un
loco en un gran coche se salta el stop y este loco ni te ha visto, simplemente
conduce con la mirada perdida, y al final te cruzas con una chica demasiada
delgada, hace mala cara y lleva la falda un poco corta, piensas que vaya futuro
nos espera con las nuevas generaciones que dejan tanto que desear. Juzgamos la
vida de los demás, sentenciamos sin conocer sus circunstancias y sin saber el
sufrimiento con el que han de convivir cada día.