LA FRASE

Me gustaría tener el tiempo necesario para disfrutar de tu compañía. Tú deberías tener la suficiente curiosidad para permanecer a mi lado y leerme de verdad.

viernes, 11 de febrero de 2011

EL HOMBRE DORMIDO


Ya hace más de cinco años que hace el mismo camino para volver a casa. Sale de la oficina, cruza en el semáforo de la esquina y se sienta en la parada del autobús. Coge el que pasa a las 6 en punto, es de la línea 2 y es el que tarda más para llegar a su casa. Casi llegaría antes si fuera caminando, pero al hombre le da igual.

Algunos días más puntuales que otros, el autobús se para y recoge a todos los que esperan en la parada, el hombre sube primero y se sienta en la quinta fila, justo detrás de una anciana con su nieto. Las puertas se cierran y el vehículo inicia su marcha. Entonces mira hacia delante, más allá de la anciana, más allá de todo lo que le rodea y se aísla, la mira de la misma manera que lo lleva haciendo los últimos cinco años. Es una mujer hermosa, siempre hace el trayecto sin levantar la mirada de su libro. Pasa las páginas con suavidad, de forma delicada se humedece el dedo, después mantiene la mano en el aire, como esperando a que la vuelva a necesitar. El hombre conoce a la perfección a la extraña mujer, durante cinco años ha elegido diferentes asientos donde estar cerca de ella y observarla, conoce sus ojos, su perfil y sus manos. Sabe cuando está leyendo algo que le gusta, o por el contrario, cuan se siente decepcionada.

No la conoce de nada ni sabe u nombre y unca se ha atrevido ni siquiera a saludarla, pero desde hace cinco años, el hombre se ha subido al mismo autobús para compartir con ella un rato de felicidad.

En su vida normal es un hombre gris, monocromático, vulgar y casi invisible. No habla demasiado y cuando lo hace, a nadie le interesa lo que tiene que decir. No sonríe casi nunca y cuando lo hace su boca se tuerce en una extraña mueca, tal vez por la falta de costumbre.

Su vida siempre había sido sombría hasta el día que decidió coger el autobús para volver a casa, llovía a cántaros y se había olvidado el paraguas. Así que sin saber demasiado bien a donde le llevaría aquella aventura, subió al primer autobús que paró. Y entonces la vio. Aquel día estaba sentada en la última fila, tenía un libro sobre sus rodillas y cuando se pusieron en marcha ella empezó a leer. Desde aquel instante supo que no podría vivir sin ella, así que día tras día, cogía el mismo autobús y hacía exactamente el mismo recorrido.

No sabía su nombre, sólo sabía donde vivía, y eso, porque en alguna ocasión la había seguido. Pero él tenía suficiente con estar cerca de ella, esperaba pacientemente el autobús y día tras día, compartía unos valiosos minutos con la felicidad que le proporcionaba aquel instante.

Un día el hombre está sentado esperando, está leyendo el periódico y siente como una mano se posa sobre la suya. Es suave y antes de mirarla ya sabe a quién pertenece. Pero ella no dice nada, simplemente se sienta a su lado y entrelazan sus dedos. Cuando él la mira no puede evitar que las lágrimas asomen en sus ojos y ella, con suavidad, le seca la cara y le susurra algo al oído. Aquel día no cogerán el autobús, nunca más subirán en él. A partir ese momento irán juntos paseando y cogidos de la mano. Ahora ya nada les podrá separar.


Si nunca te atreves a buscar lo que deseas, nunca sabrás donde está la verdadera felicidad.

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