La vida es hermosa aunque nos propongamos
negarlo. Apreciar los pequeños momentos, las grandes recompensas que
encontramos en las pequeñas nos hace sentirnos felices. Pero existe un
sentimiento tan necesario como la misma felicidad, un sentimiento del que no
podemos prescindir aunque nos lo propongamos. La tristeza. Nos llega cuando
menos la esperamos, se aparece ante nosotros disfrazada y se hace pasar por
otra cosa, nos engaña, se apodera de nosotros y encuentra un rincón en nuestro
corazón donde hecha raíces para sentirse cómoda.
No sabemos controlar la tristeza, nadie nos
enseña a reconocerla, la mayoría de veces nos damos cuenta que la tenemos
cuando ya no hay remedio, cuando crees que nadie se va a dar cuenta y crees que
puedes disimular que no la tienes. Pero la tristeza, como la mayoría de
sentimientos, también es necesaria en nuestra vida, nos da pistas sobre cómo
somos de verdad, nos enseña nuestro interior y nos ayuda a vivir en la
intimidad de la soledad.
Gracias a sentirnos tristes tenemos la
capacidad de amar, valoramos con mayor intensidad las cosas que perdemos y nos
hace abrir los ojos a todo lo que deberíamos haber conservado en el pasado,
pero que dejamos escapar por no tomar la mejor decisión.
No siempre lloramos cuando estamos tristes,
tampoco es necesario aislarse del mundo, porque la tristeza es también parte de
nuestro organismo. Los sentidos se agudizan cuando estamos tristes, nuestros
ojos ven más allá de lo evidente, aprendemos a oír las palabras, notamos más
los sabores amargos, tocamos más porque necesitamos sentir y todo esto nos hace
más humanos.
Decir adiós nos hace estar triste, pero
muchas veces la vida no nos da otra oportunidad. Llega un día en que hemos de
aceptar la separación, debemos aprender que el adiós no es una final, ni una
rendición y que la tristeza forma parte del proceso. El tiempo pasará y cada
vez quedará menos espacios para estar triste, pero jamás desaparece, el
recuerdo de una sentimiento siempre estará presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario