Llevaba su secreto como una carga demasiado pesada
para cualquiera. Aunque conseguía disimularlo y ocultarlo, él podía verlo
reflejado en todos los espejos, lo veía en cualquier rincón oculto entre las
sombras, estaba entre las subes casi negras de las tardes de tormenta. Dormía
acompañado de su secreto, y jamás podía separarse aunque lo intentara con todas
sus fuerzas.
Era el secreto más antiguo del mundo y cada día que
pasaba se hacía más y más grande, se alimentaba de la propia discreción, de los
remordimientos y de la necesidad que tenía de recordarlo. Era un
secreto con sabor a besos y a caricias, con el suavidad de una piel tersa y
blanca. Era el secreto del que nada se sabe, del que se consigue ocultarlo y del que nada se sabrá jamás. Pero los secretos también tienen vida
propia, no siempre conseguimos mantenerlos a raya y algunas veces consiguen
escaparse al mundo, se mezclan entre la gente, se salta las normas de lo que se
puede ocultar y aparece en el rostro de los que han compartido historias
indiscretas en los rincones.
Los secretos se alimentan de nuestros recuerdos, de la necesidad y de las ganas que tenemos de alejarnos de la realidad. Es por eso que su secreto ha cambiado de forma, ha
evolucionado y ha aprendido con el paso del tiempo. El secreto se ha
transformado en algo extraño que poco a poco parece que ya no le pertenece por
completo. Antes, recuerda el hombre, recurría a su secreto en noches
solitarias, en días que se sentía triste y en los que sabía que
debía recuperar y regresar al lugar lejano del pasado. Al lugar donde nació
aquel secreto demasiado indiscreto para compartirlo con nadie. Ahora, aunque ya
no está solo, sigue necesitándolo, tal vez porque no sabe que
ocurrirá el día que deje de ser importante.
Un día pensó que su secreto ya no debería ser cosa
de dos, que su parte secreta debía compartirla con alguien que pudiera
entenderle y necesitaba sentir el valor de lo oculto y lo indiscreto. Pero solo
sirvió para que su secreto dejara de pesar tanto, para convertirlo en algo un
poco más ligero de sobrellevar.
Pero a pesar de todo, tener un secreto tiene su
encanto. No debemos dejarnos llevar por su influencia, porque tan solo es un
pequeña parte de nosotros, es algo que pertenece al pasado y del que no
queremos deshacernos. Necesitamos sentir que existe una cosa, aunque sea algo
muy pequeños, que tan solo sabemos nosotros. Nos gusta pensar que tenemos el
poder suficiente para ocultar de la vista de los demás aquellos días de
debilidad.
El hombre coge su secreto, lo envuelve cuidadosamente
en telas de seda. Lo acaricia con dulzura y se despide de él durante algún
tiempo. Ha decidido ocultarlo también de sus recuerdos y dejarlo descansar
durante algún tiempo. Sabe que no lo podrá hacer desaparecer, pero al menos, dejará de ser una carga tan pesada y podrá mantenerlo separado de sus
recuerdos mientras dure su nueva ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario