Desde
el momento que nació ya sabía que había ido a parar a la mejor familia. No era
una certeza pero su cerebro no era capaz de discutirla, así que una vez fue
colocada con dulzura sobre el vientre de su madre se relajó y se durmió, estaba
muy cansada de tanto esfuerzo en aquel espacio tan pequeñito, luchando por ver
la claridad y por fin, después de unos instantes en el que pensó que ya no
podría soportarlo más, salió al mundo y sintió una bocanada de aire que llenó
sus pulmones al instante.
Cuando
eres un bebe el tiempo pasa muy despacio, duermes casi todo el tiempo y cuando
estás despierto tan solo tienes hambre, pero aun así, disfruté mucho de los primeros días en casa.
Tenía una bonita habitación, llena de colores pasteles y de nubes esponjosas
como el algodón. En el suelo enmoquetado había toda una jungla de peluches;
leones, elefantes y osos, pero sobre todo el que más me gustaba era un pingüino
que se mantenía apartado de los demás en un rincón de la habitación y que
siempre me miraba con ternura.
Mi
mamá estaba siempre pendiente de mí, me cogía en sus brazos y me mecía. Era
curioso porque muchas veces lloraba y me susurraba palabras que yo no entendía.
Pero sin duda eran los mejores momentos. Papá se pasaba por la habitación en
muy pocas ocasiones, sabía que estaba en la habitación principal mirando una
caja que hacía mucho ruido y que no me dejaba dormir. Pero yo no lo necesitaba,
tenía suficiente con los abrazos y besos de mamá.
Poco
a poco fui creciendo y mi mundo se fue ampliando, me sacaban a pasear y me
encantaba el aire fresco cuando me golpeaba la cara, mamá siempre me envolvía
en capas de abrigo que no me dejaban mover demasiado, pero me daba igual, yo lo
que quería era conocer gente, oler la ciudad y ver a otros bebes, que como yo
misma, paseaban en sus cochecitos con
serbo frenos.
Poco
a poco empecé a distinguir con más claridad el rostro de mamá, era una mujer
morena con el pelo que le caía por los hombros, lo tenía muy liso y cuando
estaba conmigo se lo recogía en una especie de moño desaliñado. Era muy delgada
y en su rostro siempre había marcas oscuras que ensombrecía su belleza, alguna
vez cuando se quitaba la chaqueta, sobre todo los días de más calor, podía ver
que tenía marcas parecidas por otras partes del cuerpo. Por culpa de estas
marcas mamá no era demasiado guapa, pero a mi me daba igual, era la mejor mamá
del mundo y siempre me trataba con mucho cariño, aunque lloraba con demasiada
frecuencia.
Pensé
que para demostrar la felicidad era mejor llorar que reír, y aunque mi estado
natural era estar contenta, empecé a hacer compañía a mamá en sus sesiones de
tristeza. Eso parecía que la ponía más triste, así que decidí no hacer nada, me
quedaba allí, disfrutando de su abrazo amoroso y esperando a que se calmara y
decidiera que era lo siguiente que podíamos hacer.
Pronto
empecé a caminar y me movía con alegría por el resto del piso, visitaba a mi
padre que no se apartaba de la televisión, la mayoría de veces no me hacía
demasiado caso, pero algunos días conseguía que sentara conmigo en el suelo a
jugar con los bloques de construcción e incluso me llevó al parque un día que
mi madre había salido.
No
me gustaba demasiado mi papá, sobre todo porque algunas veces ponía triste a
mamá . Sabía cuando ocurría estas cosas, algunas veces hasta me habían llevado
a la habitación sin cenar ni nada y cerraban la puerta, oía muchos gritos y
golpes al otro lado, y sobre todo palabras muy feas que intentaba no recordar.
Después de mucho rato en el que yo intentaba no llorar a pesar del miedo que me
daba estar tan sola, aparecía mi madre, se sentaba en el sillón de mi
habitación y lloraba. La pobre había veces que no podía ponerse recta, y hasta
una vez tubo que ir al hospital donde le pusieron una venda enorme y blanca en
el brazo izquierdo, mientras tubo esa venda casi no podía cogerme, pero yo
decidí tener un poquito de paciencia e intentaba hacer sola todo lo que podía.
Yo
crecía feliz, rodeada del amor de mamá y de la presencia de papá. Empecé a
hablar muy pronto, la verdad es que desde que nací había almacenado muchas
cosas en mi interior y tenía ganas de explicarlas, así que prestaba mucho
atención a todo, mamá, papá, agua, pan, día a día fui ampliando mi vocabulario
hasta que podía formar frases completas y expresar aquellas cosas que sentía y
podía pedir lo que quería.
Mamá
siempre me decía que era una niña muy lista y que llegaría a ser una persona
importante en la vida. Pero a medida que me hacía mayor, mi mamá se escondía
más de mi. Ahora cuando terminaban de gritar y chillarse y de oírse golpes ya
no venía verme, se encerraba en su habitación y allí permanecía durante mucho
rato. Cuando por fin salía lo hacía sin una lágrima en su rostro y se ponía a
hacer las tareas de casa. Vivíamos los tres sin demasiadas emociones, casi
nadie venía a casa a visitarnos, tan solo unos amigos de papá para ver el
futbol en la tele. Tomaban cerveza y se reían, era de las pocas veces que mi
papá parecía feliz.
Hoy
estoy sola en una sala de espera, tengo 7 años y una vecina me ha traído, mi
mamá está estirada en una camilla de un lugar donde llaman de urgencias. Todo
ha empezado a la hora de cenar, mi mamá había venido de trabajar un poco más
tarde, yo había salido del colegio y papá estaba en la puerta, me cogió de mala
maneras y me arrastró a toda velocidad por las calles hasta llegar a casa. Me
hacía mucho daño, pero mamá me había enseñado a no llorar, ni quejarme ni gritar
cuando papá estaba tan enfurruñado. Al llegar a casa me encerró en la
habitación y me gritó que hiciera los deberes, no me dio la merienda ni me
preguntó nada de cómo me había ido el día. Yo estuve allí mucho rato, terminé
la lectura y me senté en la moqueta abrazando a mi amigo pingüino. Mamá llegó
pasada las 8 y entró directamente en mi habitación, me abrazó y me llevó al
comedor. Olía a legía y productos químicos, pero su olor estaba también con
ella y eso me reconfortó. Papá empezó a decir todas aquellas palabras tan feas
que no quiero entender y a gritar, esta vez nadie me llevó a la habitación y
pude ver por primera vez todas las cosas que papá hacía a mamá. Ella gritaba e
intentaba huir, pero papá es un hombre muy fuerte y grande y conseguía arrinconarla
todas las veces. Cada golpe que le daba me hacía daño y con cada golpe mamá se
ponía más pálida hasta que se quedó sin fuerzas y dejó de moverse, pero papá
seguía pegándole y dándole patadas.
Me
asusté mucho y salí de casa, abrí la puerta y llamé a la vecina. Lo que siguió
después pasó demasiado rápido para mi, policía, ambulancia y una señora con
uniforme que me hizo un montón de preguntas a las que yo intenté responder con
claridad. Llevo mucho rato en esta sala
de espera y mi vecina me coge de la mano, está llorando y de vez en cuando se
disculpa como si ella hubiera hecho algo malo. Un señor con bata blanca entra
en la sala y me coge de la mano, me acompaña donde está mamá, la pobre parece
estar fatal pero aún así me sonríe. Le doy un abrazo y pongo mi cabeza sobre su pecho,
ahora estoy segura que tendré la mejor familia del mundo, tengo la sensación
que a partir de ese momento estarmos las dos juntas y felices.
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