Las personas entran y saleN de nuestras vidas sin
apenas notarlo, un día están y al día siguientes dejas de verlas, no vuelves a
saber más de ellas o simplemente desaparecen de tu rutina diaria. Y un día
simplemente las olvidas, ya no te importan porque han dejado de formar parte de
tu vida, pero hay una parte de esas personas que un día se instalaron en tus
recuerdos y simplemente el echo de haber formado parte de tu pequeño cliché, te
hace sentir un poco de añoranza.
Cuando repasamos nuestra infancia siempre encontramos
a compañeros de clase, profesores o vecinos que vivieron con nosotros etapas
importantes de nuestra niñez, que nos ayudaron a madurar y que nos acompañaron
en el camino del crecimiento personal, pero estas personas pertenecen a un
pasado demasiado lejano para poder tocarlos con los dedos. Más que recordar
esos días, a mi me gusta imaginar que ha sido de ellas. Me gustaría saber que
fue de aquel profesor cascarrabias y guapo que me acompañó en los últimos días
de mi educación, o de aquella amiga con grandes problemas de autoestima que me contagiaba
constantemente su estado mental y melancólico. O aquellos amigos con los que
jugaba en la calle, en unos años que era posible hacer todas estas cosas. Los
primeros chicos, las primeras amigas con las que compartimos los primeros
maquillajes, un sin fin de personas que aun habiendo sido importantes dejaron
un buen día de pertenecer a un círculo selecto y que dejaron de hacernos compañía.
Aunque es verdad que a la hora de recordar nos
resulta más fácil pensar en nuestra niñez, esto mismo nos ocurre en las
diferentes etapas de nuestras vidas, personas que comparten un año o dos de
nuestro día a día, compañeros de trabajo, amigos de nuestros hijos, y que como
siempre pasa, es todo tan insignificante que no dejamos tiempo de que florezca una amistad que nos pudiera unir en
un futuro. Y simplemente les dejamos marchar, dejamos que dejen de cruzar
nuestra puerta, nos da pereza mantener el contacto y no volvemos a ver a
aquella persona que te ha enriquecido y te ha proporcionado grandes momentos de
alegría.
Hablamos mucho de la amistad, de la confianza de la
necesidad que tenemos en socializar, de compartir nuestra mesa, nuestras
vacaciones e incluso hablamos de la falsedad de las personas y creemos que
estos son los motivos que nos llevan a renunciar, a no intentar mantenerlas a
nuestro lado aunque valgan la pena. Pero en el fondo creo que no es nada de
todo esto, siempre vivimos de forma demasiado egoísta, nos preocupamos por
nuestra familia más próxima y olvidamos que los amigos también son una parte
importante de nuestro crecimiento como personas. Mientras están a nuestro lado
los juzgamos y los maltratamos cuando no hacen lo que nosotros esperamos de
ellos, pero cuando se alejan nos sentimos tristes pensado que la relación que
nos unía ha desaparecido. Hemos perdido la capacidad de luchar por las
personas, no creemos necesario malgastar energía para mantener una amistad
duradera, no arriesgamos y lo peor es que nos conformamos. Es verdad que no
podemos ser amigos de todo el mundo, es verdad que la amistad requiere unos
cuidados especiales, pero tan solo con la mera intención de querer que algo no
se acabe tendría que ser suficiente para poder mantener algo que queremos.
El verano, las vacaciones, las largas horas de
descanso siempre nos ha de servir para algo más que para recuperar fuerzas, o
descansar nuestros cuerpos agotados de la actividad diaria, tendría que servir
también para relajar nuestra mente, pensemos en las personas que nos rodean, en
todas la cosas buenas que nos aportan, pensemos de qué manera podemos alimentar nuestra amistad, no
nos quedemos tan solo en las cosas que nos dan, pensemos qué podemos ofrecer nosotros
para que sean más felices y una vez la relación haya crecido lo suficiente, entonces
podremos decidir hasta qué punto una amistad es verdadera. Seguramente ser
superficiales tan solo nos aporta la perdida de oportunidades de vida y por
tanto, dejar de ganar y enriquecernos
como seres humanos.
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