LA FRASE

Me gustaría tener el tiempo necesario para disfrutar de tu compañía. Tú deberías tener la suficiente curiosidad para permanecer a mi lado y leerme de verdad.

lunes, 16 de agosto de 2010

FINAL DE CURSO


Todos los días eran iguales entre aquellas cuatro paredes. La misma pizarra, los mismos alumnos y siempre las mismas palabras: lección, examen, deberes. Ella siempre llegaba en silencio, se sentaba en su pupitre y escuchaba absorta a los profesores que iban pasando. La mayoría de veces no entendía gran cosa, pero había aprendido a poner la expresión adecuada para contentar a cada profesor. Después, cuando terminaba el día, se marchaba a su casa y una vez allí, tenía que poner todo su empeño para conseguir aprender lo que durante el día se le escapaba de la punta de los dedos.

Así pasaban los días y la niña se consumía en el más profundo mar de desinterés y desgana, donde todo se movía a su alrededor a demasiada velocidad. Un día, una persona entró por la puerta del aula y se presentó como el nuevo profesor y tutor. Ya su entrada impactó a todos y a cada uno de los alumnos, era un hombre joven y atractivo, su pelo era claro y se agitaba con facilidad gracias a los movimientos bruscos que hacía su cabeza. Una vez se presentó, se descolgó un ridículo bolsito de piel marrón que llevaba colgado al hombro y que nunca olvidaba en ninguna parte. De él sacó una libretita y un bolígrafo BIC, y escribió unas palabras en la pizarra. La niña no pudo cerrar la boca en todo el resto de la clase, había sido una entrada triunfal de un ser distinto a todo los que habitaban en el colegio. No escuchó ni una sola palabra de las que dijo, y no pudo anotar en su libreta ni una de las frases que repitió y escribió sin descanso, en aquella primera hora del día. Fue un día genial, pero no el último de muchos que siguieron.

En poco tiempo, todos aprendieron a quererle y a apreciarle, tenía una sonrisa encantadora, y cuando hablaba lo hacía en un tono de voz perfecto. Pero no siempre era tan fantástico, era habitual que perdiera los nervios y se enfadara con la clase cuando alguna cosa no salía bien, o cuando no se entendía lo que explicaba, o cuando los resultados de un examen eran malos. Gritaba, se enfadaba e insultaba. Pero todos aceptaban con paciencia sus cambios de humor, y la niña sentada en la segunda mesa de la tercera fila, no se perdía detalle de todo lo que decía. Cuando acabó el curso, la niña sabía exactamente cuando su porfesor estaba a punto de estallar y cuando sonreiría satisfecho. Sólo entrar por la puerta cada mañana, sabía si había tenido un buen día o no. Sabía absolutamente todo de él, en cambio ella era invisible, era mediocre, una alumna de aquellas que no destacan ni por su brillantez, pero tampoco molesta en las clases, con lo cual pertenece al grupo de alumnos que si desaparecieran, nadie se daría cuenta.

Llegó el verano y con él las vacaciones, despedidas, notas, deberes y recuperaciones en septiembre. Fue un verano largo y la niña cambió. Su verano fue distinto, aprendió a ser ella misma y ganó en seguridad. Dicen que las vacaciones escolares son largas, ya lo decían hace años, pero aquellas vacaciones fueron más largas de lo normal. La niña era distinta, aunque su aspecto no había cambiado, había conseguido mirarse al espejo.

Los primeros días de clase fueron, como siempre, excitantes. Nuestra amiga, que ya no era tan niña, ha decidido sacar rendimiento al último curso y por tanto, se sienta en un pupitre de la primera fila. Quiere atender, quiere ser un poco especial por una vez, y que los profesores recuerden su nombre en las reuniones.

El verano ha conseguido que olvide el recuerdo y las sensaciones que tenía el curso pasado. El verano ha sido largo y diferente y está decidida a que el curso también sea distinto al resto de cursos de su vida pasada, muerta y enterrada.

Pero cuando su profesor entra, vuelve a revivir lo que sintió aquel primer día. Entra sonriente, lo que la lleva a pensar que tenía ganas de verlos, lleva una camisa blanca por fuera del pantalón tejano. Está delgado y su pelo está más largo de lo normal. La piel morena y los ojos muy claros, es curioso que se había dado cuenta del color de sus ojos en aquel instante. Nunca había pensado que los tenía tan claros y tan vivos. Entró en silencio y colocó su bolsito de piel marrón en la silla, pero en aquella ocasión no sacó su libreta, sacó un puñado de postales que repartió a todos y cada uno de sus alumnos. Dijo que no había tenido tiempo de enviarlas, pero todas tenían algo escrito.

Empezó por las últimas filas, y a medida que las repartía iba explicando con voz calmada lo fantásticas que habían sido sus vacaciones. Cuando llegó junto a ella, buscó en las pocas que le quedaban, había una con su nombre. Entonces fue cuando la vio, ella pensó que alguna vez la había mirado, pero creía que nunca la había visto, aquel día al entregarle la postal, sus manos tocaron las suyas y su sonrisa fue distinta a la que regaló al resto y entonces vio lo que decía la postal: “Estoy mirando un hermoso paisaje, estoy en Menorca, y no dejo de pensar en tu mirada triste, sentada en el segundo pupitre de la tercera fila”.

Aquel día fue el primero de muchos que, la ya no tan niña, sintió felicidad. No mejoró en sus estudios, pues su mente siempre estaba ocupada en otras cosas, pero sí dejó de estar triste y empezó a sonreír más. Su profesor preferido siguió con sus clases. No siempre estaba bien, muchas veces se enfadaba, gritaba e insultaba. Pero ella siempre parecía que entendía el por qué lo hacía. Un día a las pocas semanas de empezar las clases el profesor le dijo que se quedara con él a la hora de Tutoría, aquel día habían decidido ir a la biblioteca para estudiar para algún examen complicado que tenían aquel día. Pero ella no fue con el resto y se quedó en la clase. Nunca había estado a solas con el profesor, se sentía nerviosa y un tanto preocupada, no entendía que había hecho mal para estar allí, hoy el profesor no tenía muy buen día y no se sentía muy segura. Pero él, en el momento que cerró la puerta con llave no parecía disgustado, ni mucho menos. Se dirigió a ella y la abrazó con fuerza, le susurró al oído unas palabras que nadie pudo oír y la besó. El hablaba, susurraba y besaba, y ella hacía todo aquello que él le pedía. Fueron unos minutos cortos, demasiado para los dos. Pero no fue la última vez que se vieron a solas y se amaron. Para ella fue un descubrimiento de su cuerpo, de su belleza y de sus sentimientos, y para él fue la vía de escape que necesitaba. Aprendió a controlar sus ataques de mal genio, y cuando un día se sentía mal, siempre buscaba la mirada de ella, que le tranquilizaba y le daba seguridad. Se amaban en secreto, ella era muy joven y él un profesor, demasiado mayor para cualquier otra cosa que no fuera educar. Pero se amaban con serenidad y con dulzura, se amaban porqué así tenía que ser.

El curso pasó, y sus encuentros, aunque no eran muchos, eran suficientes. Un día el profesor entró en el aula, se le veía feliz y lleno de vida. Su piel ya no estaba dorada por el sol, ahora el invierno había llegado y el recuerdo del verano había quedado atrás para todos. Anunció que faltaría unas semanas, se casaba con la mujer con la que había vivido los últimos dos años, y esperaba que se portaran bien el resto del curso. Volvería a estar para la siguiente tanda de exámenes.

Ella no habló, no pronuncio ni una palabra el resto de la clase, ni siquiera se despidió de él cuando se marchó. A partir de aquel día se sentó en la última fila, junto a los desastres de la clase y volvió a ser invisible para todos.

El profesor volvió, pero ya no fue el mismo, casi cada día estaba feliz, pero aquellos días que entraba por la puerta con el labio superior un poco levantado, era como si un huracán arrasara toda una ciudad. Después se calmaba y pasaba, todo volvía a la normalidad.

Unas semanas antes de finalizar el curso, el profesor les anunció a todos que se marchaba a otro colegio, que ya no volvería a dar clases allí y preparó una fiesta de despedida. Fue divertido, en verdad todos dejaban atrás una etapa feliz y diferente. Todos tendrían que volver a empezar de nuevo. Ella, como siempre hacía, estaba en un lado, apartada del resto de compañeros y observando y mirando a todo el mundo, era así como ella aprendía. El profesor se le acerca y la coge de la mano, la saca del aula y en un rincón apartado de la vista de todo el mundo, la besa. Fue un beso distinto a los que le había dado antes, fue el beso del adiós y del deseo contenido, fue el último beso que le daría.

La mujer, porque definitivamente, había dejado de ser una niña aunque su edad dijera lo contrario, aprendió aquel día lo dura que son las despedidas, lo difícil que es decir adiós y continuar con la vida como si nada hubiera ocurrido. Pero además aprendió que es mejor ocultar los sentimientos, que era mejor tragarse los deseos. Aquel día marcó el resto de su vida y siempre se arrepintió de haberse despedido para siempre, porque entendió que aquel beso no fue suficiente.

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