LA FRASE

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lunes, 22 de noviembre de 2010

UN CUENTO ASQUEROSO



No recuerdo como empezó todo. No hubo tiempo de lanzar ningún aviso de alarma, fue tan rápido que los países no dejaron margen a la población para decidir si querían continuar viviendo en un planeta dominado por las moscas. Primero fueron los animales, empezaron a hacerse mucho más pequeños, cada día menguaban y se hablaba de epidemia mundial. Los pájaros, mamíferos e incluso anfibios y reptiles, empezaron a mutar. En pocas semanas era normal ver perros tan pequeños como lombrices, e incluso a los grandes felinos convertidos en seres apenas imperceptibles para el ojo humano.

Se habló de una invasión extraterrestre como responsables del desastre, y se aconsejaba a la población permanecer en sus casas y no arriesgarse a una posible contaminación ambiental. Pero lo que nadie nos explicaba, era que los grandes mandatarios, los jefes de estado mundiales, ya estaban preparándose, protegiéndose del posible desastre.

El día que la especie humana empezó a mutar, fue el primer día del año 2024, el día 1 de enero, después que sonaron las 12 campanadas, en todos los países del mundo se empezó a notar los efectos de la enfermedad. Cada día nos hacíamos más pequeños, y cada día nuestro mundo se iba haciendo más extraño. La gente se quedaba atrapada en sus casas sin poder escapar, y a duras penas, podían continuar alimentándose. Muchos, cuando dejaron de medir un metro, a sabiendas de lo que les esperaba, decidieron poner fin a sus vidas. Otros empezaron a organizar lugares estratégicos en las ciudades para poder esconderse y mantenerse juntos mientras sus cuerpos se hacían cada vez más y más pequeños. Parecía que afectaba a todos por igual, no importaba la religión, la raza o la tendencia política a la que pertenecieras, todos sin excepción, empezaron a sentir como sus mundos se hacían cada vez más grandes.

A esas alturas aún no se sabía lo que les estaba ocurriendo a las moscas. Sobre todo en los países en que el frío del invierno les azotaba. A las puertas de la primavera fue la primera vez que empezaron a entender hasta qué punto, la cosa se había puesto difícil.

Las moscas habían crecido de forma descomunal, ahora eran ellas las que se movían con absoluta libertad por las calles. Habían invadido todos los espacios públicos y se alimentaban de todo aquello que encontraban a su paso. Nosotros, los humanos, estábamos recluidos y hacíamos lo posible por sobrevivir. No había noticias de cómo había afectado aquella extraña epidemia en otros países, no había prensa, ni televisión ni siquiera se podía saber qué había pasado con aquellos que, gracias su influencia, habían conseguido escapar a algún lugar antes que aparecieran los primeros síntomas de la mutación en los humanos.

Un día dejamos de encoger, parecía que habíamos alcanzado el tamaño mínimo, pero no era un gran consuelo. No se sabía que había pasado con los animales, pero todo el mundo pensaba que, igual que nuestra situación se había estabilizado, ellos no habían tenido la misma suerte, y habían continuado encogiéndose hasta quedar totalmente reducidos a simples parásitos, bacterias o tal vez, sólo habían desaparecido.

Nuestro primer encuentro con un grupo de moscas, fue un día que habíamos salido a buscar alimentos para nuestra pequeña comunidad de, apenas una cincuentena de personas. Permanecíamos escondidos en una pequeña casa, corrijo, gran casa que habíamos encontrado bacía. La inmensidad de la ciudad hacía que cualquier aventura que nos llevara más allá del jardín, fuera un enorme riesgo. Pero aún así, era necesario asumirlo para conseguir comida e intentar permanecer con vida. Después de varios días de viaje, llegamos a lo que había sido una cafetería. Nos aventuramos en el interior y fue allí donde descubrimos que las moscas vivían a sus anchas. Nos vieron sólo entrar. Estos bichos tienen un sexto sentido, detectan el movimiento más imperceptible. Hacían un ruido ensordecedor y sólo verlas te daban arcadas del asco, eran repugnantes. Fue impactante verlas allí, sentadas en nuestras mesas, y comiendo nuestra comida. Pero lo peor fue cuando intentamos llevarnos las provisiones. Lo cierto es, que aunque hubiéramos podido transportar el doble de nuestro peso en comida, para ellos, hubiera sido tan imperceptible, que no les hubiera supuesto ningún problema dejarnos marchar. Pero no fue así, mientras un grupo de nosotros intentábamos atraer la atención de los monstruos, otros intentaban llevarse toda la comida que les fuera posible. Pero cuando se dieron cuenta, una de las moscas se acercó a aquellos que habían conseguido acarrear algo de alimentos y sin pensarlo ni un instante levantó su enorme pata y los aplastó.

Todos quedaron reducidos a carne, huesos y vísceras. La mosca, se limitó a limpiar la sangre de su pata, se dio media vuelta y se sentó en la mesa que había estado ocupando minutos antes.

Entonces recordé la película del hombre mosca. Entonces comprendí lo que todo aquello significaba. Había llegado el momento de admitir que la especie humana, por mucho que intentara luchar por sobrevivir, estaba aniquilada. Aquellos seres no tenían ningún tipo de remordimientos, no sentían dolor ajeno ni pena, y actuaban tan mecánicamente que se limitaban a barrernos si les molestábamos. Nos marchamos de aquel lugar sin nada, ahora las calles ya no estaban solitarias. Estaban llenas de moscas, algunas interactuaban entre ellas, otras nos perseguía hasta que se cansaban, pero algunas no paraban hasta que, con un pisotón o un golpe de trompa, nos aniquilaba.

De una expedición de 20 personas, sobrevivimos tres.

Seguramente nadie podrá leer esto que estoy escribiendo. Apenas puedo mantenerme despierto.

_ Ya hace días que se nos han terminado los pocos alimentos que nos quedaba, y salir cada vez es más peligroso. Las moscas procrean con mucha rapidez y la población está aumentando de forma preocupante. Sólo espero que, aquellos que se marcharon lejos, que consiguieron esconderse para proteger sus vidas, puedan encontrar una cura y no permitan que esto se acabe así.

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