María es
una mujer adulta, ni joven ni vieja, valiente, decidida y feliz de estar viva.
María toma las cosas que le gusta y rechaza las situaciones inútiles. María que
tiene un poco de Lola, de Cristina, de Sonia, de Trinidad, de Olga de
Francisca, es una mujer a la que le gusta el amor. María le gusta que la amen,
le gusta el sexo, le gusta estar con gente, le gusta ponerse guapa, le gusta
que le digan lo guapa que está. María pisa fuerte por las calles, no tiembla
cuando cruza el parque oscuro y le encanta acariciar la piel de sus hijos. Pero
a María lo que más le gusta en esta vida es el amor. Sus amantes hacen todo lo
posible para que ella sea feliz, la hacen gozar, la besan, le hacen cosquillas
pasando el dedo índice por su espalda. María regresa a casa corriendo y se
entrega a su amante, le ha preparado una comida suculenta y juntos comparten el
placer del sabor de los condimentos. María se acuesta por las noches junto a su
amante, que le mantiene la cama caliente, la abraza y le susurra calor en la
nuca. María despierta junto a su amante, que le ha quitado el pijama y le pone
la piel de gallina mientras en la cocina se prepara un café.
María
se esconde por los rincones mientras su amante la devora a besos, le sube la
blusa y la tumba sobre las escaleras de caracol. María se esconde con su amante
para que nadie les vea, para que puedan amarse en secreto y tocarse la punta de los dedos bajo la mesa.
María
necesita a sus amantes, no quiere disimular, no le importa lo que piensen de
ella, porque María es puro amor, amor de madre, amor de amiga, amor de
compañera pero sobre todo amor de amante.
María
cuida de sus amantes porque no puede prescindir de ninguno de ellos, es igual
si no puede disfrutar de todos a la vez, porque María es dueña de su esencia, y
vive los días pensando en las noches y piensa en las noches mientras disfruta
de las tardes y duerme las noches soñando con el día.
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