LA FRASE

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lunes, 5 de julio de 2010

LA MAGIA DE LOS SENTIMIENTOS


Para él, hacer magia era como respirar, alimentarse o dormir. Necesitaba la magia para sobrevivir. Vivía en un pequeño piso, con dos pequeñas habitaciones y un pequeño balcón donde solía pasar las tardes sentado mirando a los que por allí paseaban. Cuidaba sus dos macetas con amor y leía libros mágicos. Era un hombre solitario, sus días eran siempre igual. Los lunes, los martes, los miércoles y los jueves, se los pasaba preparando el espectáculo que representaría el viernes, el sábado y el domingo.

Tenía su pequeño rincón en el parque, era como de su propiedad, ya que durante 10 años se instalaba allí y desde aquel lugar, representaba su espectáculo de magia para todo aquel que quisiera perder cinco minutos. Como todos los magos tenía su especialidad. Algunos se dedican a sacar conejos de un sobrero, e incluso flores de papel o palomas. Otros, se especializan en juegos de cartas, y también los hay que les encanta cortar a las personas por la mitad. Para él, todo esto le resultaba extremadamente sencillo, y por lo tanto, con los años, se había especializado en hacer magia utilizando los sentimientos.

Para poder hacer su magia, solía vestirse con un sencillo traje naranja a cuadros verdes, resultaba un tanto estridente, pero las personas que solían visitar el parque, ya se habían acostumbrado a ver los alegres colores junto a la fuente. Al llegar el viernes por la tarde, el mago sufría una transformación, todo empezaba con una ducha, se afeitaba y se peinaba. Después se colocaba su traje perfectamente planchado, sus elegantes zapatos negros bien limpios y brillantes y salía de su pequeño piso para dirigirse al parque.

Como hombre era solitario, como mago estaba lleno de ilusión y de alegría. Sabía que algunos le buscarían en el parque para poder ver su espectáculo, otros, se detendrían al ver a un extraño personaje vestido de forma tan curiosa, pero en ambos casos serían su público y podría utilizarlos para hacer su magia.

Cuando llegaba a su rincón favorito, lo hacía con suficiente antelación para que le diera tiempo a prepararse. Su material de trabajo estaba formado por una silla plegable, muy vieja y desgastada y una pequeña caja completamente negra y decorada con brillantes estrellitas plateadas. Abría la silla y colocaba la caja sobre ella, y de esta manera, esperaba pacientemente a que su público se acercara.

Los viernes por la tarde, los primeros en acudir eran los niños que salían de los colegios cercanos al parque. Muchos iban con sus abuelos, ambos formaban el público más entusiasta. Los niños porqué acudían llenos de ilusión y los ancianos porque estaban tan necesitados de encontrarla que su entrega era absoluta.

Los trucos del mago eran bien sencillos, conseguía encerrar los sentimientos más variados dentro de su preciosa y pequeña caja. Una vez los tenía dentro, cualquiera podía mirarlos, cogerlos, usarlos e incluso deshacerse de ellos si no eran de su agrado. No obstante y para conseguir que el público se acercara y quisiera permanecer allí el tiempo suficiente, solía hacer unos sencillos trucos en los que de su puño, sacaba pañuelos de colores vistosos y alegres. Una vez conseguía atraer la atención de aquellos que buscaban ilusión y fantasía, era cuando realizaba la magia que más le gustaba.

Su espectáculo comenzaba pidiendo la colaboración de alguien de público. Normalmente no había demasiado entusiasmo para participar, pero el mago siempre sabía a quien elegir. Con solo mirar con un poco de atención, era capaz de elegir a la persona adecuada. Los hacía acercarse, retiraba la pequeña caja y hacía que se sentaran en la silla colocando la caja sobre sus rodillas y comenzaba a recitar las palabras mágicas necesarias para encontrar los sentimientos en el interior. Aunque hubieras oídos aquellas frases mágicas una y otra vez, eran tan difíciles de recordar que nadie las podía repetir. Una vez terminaba su recital, la caja empezaba a iluminarse. Normalmente se hacía con colores pasteles y chillones, eso era buena señal, porque se trataba de buenos sentimientos. Pero si en alguna ocasión los colores eran grises u oscuros, eso quería decir que los sentimientos que había atrapado eran tristes o malos.

Pero una vez estaban encerrados en la caja, la persona podía abrirla y observarlos. Siempre encontraban un objeto distinto, siempre eran cosas que les hacía llorar de alegría, o les transportaba a un mundo más allá de donde se encontraban. Era la magia más maravillosa que cualquier podía experimentar. El mago, observaba atentamente y disfrutaba de aquel momento, y cuando los sentimientos que había conseguido encerrar eran malos o hacían desgraciado a aquel que los sufría, los envolvía en un trozo de tela de color negra y se los llevaba a su casa.

Todos aquellos que disfrutaban de la magia, les encantaba ver todos los maravillosos objetos que salían del interior de la caja y para la mayoría era un espectáculo que les llenaba de alegría y les liberaba de sus frustraciones.

El mago, permanecía en aquel lugar hasta que el último de su público se había marchado, les ofrecía su magia y les ayudaba a ver aquellas cosas maravillosas que tenían en su interior pero que desconocían que la tenían.

El mago cansado, vuelve a su pequeño piso. Ahora es un hombre, se pone el pijama como un hombre, y cena un poco antes de irse a la cama. Al día siguiente, volverá a estar preparado, se volverá a vestir con su elegante traje y saldrá para hacer su magia de los sentimientos.


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